LIEJA ( III PARTE )


En la medianoche del 5 de agosto el general von Emmich dejó Hervé. Nos encaminamos a Micheraoux, cerca, a dos o tres kilómetros de Fuerte Fleron, donde la 14º brigada de infantería del general Von Wussow estaba acampada. Bajo la cobertura de la oscuridad las tropas, portando con ellas las inusuales pero imprescindibles cocinas de campaña, estaban apelotonándose de una manera poco marcial en el camino, de tal modo que podrían haber sido barridas fácilmente por los cañones del fuerte. Lo que sucedió es que abrieron fuego desde un edificio al sur de la carretera. Se entabló una batalla en toda regla, pero el fuerte mismo no abrió fuego, lo cual fue un milagro. Cerca de la una en punto el avance prosiguió. Nos dirigiamos por el  norte de Fuerte Fleron vía Retinne, a través de la línea de fuertes con la intención de llegar a las alturas de la Chartreuse, en las afueras de la ciudad. Llegamos allí temprano. Las otras brigadas que trataban de  irrumpir a través de el cinturón de fuertes estaban cerca de la ciudad a la misma hora.

El estado mayor de Von Emmich se encontraba al final de la columna. Súbitamente quedó en cabeza. Me abrí camino hacia el frente. No hubo razón aparente para la pausa, que se debió probablemente a un lamentable malentendido de la situación. Yo mismo era en realidad un mero espectador y no tenía autoridad para dar órdenes. Estaba allí solamente para informar de la operación en Lieja a mi comandante de ejército, que llegó más tarde, y también coordinar los planes del general Von Emmich con el esquema anticipado del general Von Bülow. Puse a la columna en marcha de nuevo y permanecí a su cabeza. Tuvimos considerables dificultades en encontrar nuestra ruta en la oscuridad, pero nos aproximamos a Retinne. Perdimos el contacto con los demás. Salí de la villa en vanguardia, y tomé el camino equivocado. Fuimos inmediatamente tiroteados, y los hombres caian a derecha e izquierda. Nunca olvidaré el sonido de las balas golpeando cuerpos humanos.

Lanzamos unos pocos ataques sobre el enemigo invisible pero el fuego se hizo más intenso. No era fácil orientarse en la oscuridad, pero no había duda de que habíamos girado equivocadamente. El asunto clave era salir del apuro, y era materia peliaguda, porque los hombres pensarían que yo estaba asustado. Pero no había que darle mas vueltas, cosas más importantes estaban en juego. Retrocedí  y mandé a los hombres la orden de seguirme a las afueras de la villa. De vuelta a Retinne, encontré el camino adecuado.  Aquí encontré al metódico general Von Wussow con su caballería. Él creía que Emmich había perecido. Con un puñado de hombres tomé el camino apropiado, una carretera que conducía a Queue du Bois. Súbitamente estalló el combate enfrente. Proyectiles de ametralladora barrían el camino, pero no nos alcanzaron. Un poco más adelante nos topamos con un montón de soldados alemanes muertos y heridos, que provenían de la partida avanzada del general Von Wussow. Debieron caer bajo el fuego de ametralladora desde el primer  instante. Reuní algunos hombres del 4º batallón de Cazadores y el 27º regimiento de infantería, que estaba llegando gradualmente, y decidí tomar el mando de la brigada. Lo primero que hice fue limpiar la carretera de ametralladoras enemigas. Los capitanes Von Harbou y Brinckmann del Estado Mayor, abriéndose paso con unos pocos hombres valerosos a través de granjas y setos a ambos lados del camino, se abalanzaron sobre las dotaciones de las ametralladoras. Estas se rindieron, y la ruta quedó despejada.

Proseguimos nuestro camino y pronto nos vimos envueltos en una lucha casa por casa en Queue du Bois. Gradualmente, la refriega se fue disipando. Me puse en cabeza con unos pocos hombres, acompañado por dos jefes, el comandante Von Marcard del 4º de fusileros, el comandante Von Greiff, del 2º destacamento del 4º regimiento, y su excelente ayudante, el teniente Neide. Un mortero de campaña fue dispuesto, mas tarde lo fue un segundo. Abrieron fuego a ambos lados sobre las casas y así despejaron las calles. Poco a poco avanzábamos. Los hombres eran reluctantes a seguir y yo frecuentemente los exhortaba a no abandonarme y no dejarme solo. Finalmente la villa quedó detrás nuestra. Los habitantes habían escapado y la cuestión ahora era luchar con el ejército regular belga. Tan pronto salimos del pueblo pudimos distinguir una columna marchando a lo largo del Mosa en dirección a Lieja. Yo esperaba que fuera la 27º brigada de infantería, pero resultaron ser belgas que, en vez de encararnos, se estaban retirando presas del pánico por el Mosa. Pasó mucho tiempo antes de que el cuadro se aclarase, y entretanto mis fuerzas fueron incrementadas por la llegada de los hombres que habían quedado rezagados. Habíamos  exitósamente irrumpido a través del cinturón de fuertes. El 165º regimiento de infantería, bajo su distinguido  jefe, coronel Von Owen, empujó en formación cerrada; el general Von Emmich llegó, y el avance sobre La Chartreuse se mantuvo. Von Emmich puso a mi disposición parte de la 11º brigada de infantería, que estaba algo más al sur, en la creencia de que  también habría penetrado. Nuestro avance  siguió sin incidentes.

Podíamos ver los trabajos en el lado norte de Lieja, puesto que escalabamos  desde el valle del Mosa hasta las alturas al este de La Chartreuse. Fue alrededor de las dos en punto cuando la brigada llegó allí. Los cañones fueron inmediatamente apuntados sobre la ciudad, y un disparo tras otro fueron lanzados, en parte como una señal para las otras brigadas, en parte para intimidar a la jefatura de la fortaleza y los habitantes. Pero yo había excedido la provisión de munición de la que íbamos escasos. Las tropas estaban exhaustas y muy debilitadas por la dura pugna; los oficiales habían perdido sus caballos y las cocinas de campaña habían sido abandonadas.  Puse a descansar a la brigada y la proveí todo lo bien que pude mandando suministros desde las casas vecinas. El general Emmich pronto se nos unió.


Desde las alturas de La Chartreuse teníamos una magnífica vista de la ciudad que se extendía a nuestros pies. La ciudadela en la otra orilla del Mosa sobresalía prominente. Súbitamente banderas blancas flotaron allá. Von Emmich quiso enviar un oficial con una bandera de tregua. Propuse esperar a un enviado enemigo, pero el general persistió  en su decisión, y el capitán Von Harbou entró en la ciudad. Volvió a las siete de la tarde e informó que la bandera blanca había sido izada contra los deseos del gobernador. Era entonces demasiado tarde para marchar sobre la ciudad.

 Teníamos una complicada noche por delante. Mientras tanto yo había indicado  a la brigada que tomara posiciones. Nuestra situación era muy seria. No recibíamos noticias desde las otras brigadas, ni siquiera de la 11º , y no llegaban mensajeros. Fue  cada vez más evidente que la brigada estaba aislada dentro del círculo de fuertes, cortada del exterior. Teníamos que contar con ataques hostiles. Los miles de prisioneros belgas que habíamos tomado aumentaban nuestras dificultades. Cuando nos enteramos que todas las defensas de La Chartreuse, justo a nuestros pies, estaban vacías, envié allí una compañía con los prisioneros. El comandante de la compañía debió dudar de que estuviera en mis cabales. Cuando cayó la oscuridad, el nerviosismo de las tropas aumentó. Fui de un lado para otro, exhortándoles a mantenerse firmes y preparados. El grito de guerra “¡ Estaremos en Lieja mañana!” restauró sus espíritus. El general Von Emmich y su estado mayor encontraron acomodo en una pequeña granja. Nunca olvidaré la noche del 6 de agosto. Como yo había dejado mi equipo atrás, el comandante Von Marcard me prestó su capote. Yo estaba muy ansioso y escuchaba febrilmente el sonido de la lucha. Todavía esperaba que al menos una brigada habría roto el cinturón de fuertes. Pero estaba todo en calma, aunque cada media hora o así un proyectil de mortero caía sobre la ciudad. El  suspense era insoportable.

A eso de las diez de la noche ordené al capitán Ott, con una compañía de cazadores a capturar los puentes sobre el Mosa. El capitán me miró y partió. La compañía alcanzó su objetivo sin pelear, pero no llegaron informes. Amaneció. Me reuní con Von Emmich y debatí la situación con él. Nos adherimos a nuestra decisión de entrar en la ciudad, pero el general no especificó en ese momento un horario. Las órdenes que me dio eran entrar en la ciudad  para seguirme inmediatamente después, mientras yo estaba haciendo todo lo posible para mejorar la posición de la brigada, e intentar discernir  el camino por el que la 11º brigada iba a avanzar. El coronel Von Owen estaba a cargo de la vanguardia; el resto de la brigada, con los prisioneros, seguía a cierta distancia, encabezada por el general Von Emmich con su estado mayor, y yo mismo con el estado mayor de la brigada. A medida que entrábamos, muchos soldados belgas que estaban por allí capitulaban. El coronel Von Owen debía a ocupar la ciudadela.A resultas de los informes que recibió, tomó la decisión de no hacerlo, sino de encaminarse a Fuerte Loncin, al noroeste de la ciudad, y tomar posiciones en esa salida de Lieja.

Pensando que el coronel Von Owen estaba en posesión de la ciudadela, fui allí con el adjunto de la brigada en un coche que yo conducía. Cuando llegué no se veía un solo soldado alemán y la ciudadela estaba todavía en manos del enemigo. Aporreé las puertas cerradas. Abrieron desde dentro. Los cientos de belgas que estaban allí se rindieron ante mi llamamiento. La brigada acudió y tomó posesión de la ciudadela, que inmediatamente pusimos en estado de alerta. Mi meta había sido alcanzada, y pude solicitarle al general Von Emmich que me relevase. Intente abandonar la fortaleza por el camino por el que había llegado puesto que deseaba informar al cuartel general del ejército de lo acaecido, averiguar el paradero de las otras brigadas y dar directrices para ubicar la artillería contra los fuertes. Mientras estaba todavía en la ciudadela, varios cientos de soldados alemanes apresados fueron liberados. Había sucedido que las unidades avanzadas de la 34º brigada de infantería habían penetrado en la margen derecha del Mosa. La acción se interrumpió, así que el victorioso destacamento había sido hecho prisionero. Esta brigada acudió ahora y acto seguido la 11º y la 27º, así que cuando dejé al general Von Emmich este disponía de una fuerza respetable. Por otra parte las noticias que nos llegaban señalaban a los franceses aproximándose desde Namur, siendo la situación todavía extremadamente seria. En realidad solo podía ser solventada cuando algunos de los fuertes orientales del anillo hubieran caído.


Mi separación del general Von Emmich me afectó profundamente. Partí a las siete en punto a Aquisgrán y tuve una jornada peculiar. Un miembro de la Guardia Cívica ofreció llevarme allí. Seleccionó un vehículo, pero yo lo rechazé. El coche que había usado antes se estropeó antes de que salieramos de la ciudadela, así que no tuve otra elección que confiar en el soldado belga. Por un rato fue bien. Pasamos por Hervé, donde descubrí que mi antiguo cuartel general había sido incendiado. Alcanzando la frontera alemana el conductor súbitamente paró y e dijo que él no podía ir más allá. Utilizando varios modos de persuasión alcancé Aquisgrán entrada la noche con mi soldado belga. En el hotel Unión fui recibido como un resucitado de la muerte. Mi ordenanza, Rudolph Peters, que me sirvió lealmente durante seis largos años, estaba todavía allí  con mi equipaje. Su mayor ambición era conseguir la cruz de hierro, pero esto habría sido contrario a mis necesidades, y claro, no le fue concedida.
Tuve una frugal cena en Aquisgrán, y entonces inicié durante la noche mi rastreo de las brigadas. No me había cambiado de ropa en 90 horas. Por casualidad me crucé con mi viejo regimiento, que había sido apresuradamente trasladado por tren para ayudar en Lieja. Me dí cuenta que el Cuartel General en Berlín había estado barruntando  temores fúnebres respecto a nuestra suerte.

La situación de las tropas era ciertamente crítica, y yo estaba muy preocupado por ellas, pero la tensión se relajaba puesto que el enemigo permanecía inactivo. La crónica de los siguientes sucesos en Lieja es terreno de la historia oficial. Yo puedo mencionar en cualquier caso, que asistí a la captura de Fuerte Pontisse en el sector norte, y llegué a a Fuerte Loncin justo cuando capitulaba. Había sido golpeado por un proyectil de unos de nuestros morteros de 420 mm. El polvorín había volado y toda la estructura colapsó. Una cantidad de aturdidos y tiznados soldados belgas emergió de las ruinas, acompañados por algunos soldados alemanes apresados en la noche del 5 de agosto. Ensangrentados los belgas vinieron a nosotros con sus manos en alto tartamudeando: “ ¡ No nos matéis, no nos matéis! “. No eramos "hunos", y  nuestros hombres trajeron agua para confortar a los enemigos. Gradualmente conseguimos tomar posesión de todas las estructuras fortificadas a tiempo de despejar el flanco derecho del ejército alemán para continuar su avance a través del Mosa hacia el interior de Bélgica sin estorbos.
Sentí un gran alivio en mi mente. Siempre he subrayado que fue un gran golpe de suerte que yo estuviera presente en la toma de Lieja, porque yo me había ocupado del plan de asalto en tiempo de paz, y había estado siempre concienciado de la trascendencia de la operación.

Su Majestad me invistió con la condecoración “Pour le merite” por mi liderazgo de la brigada. Naturalmente el general Von Emmich la recibió también, puesto que como general al mando, suya era la responsabilidad. Además la toma de Lieja no fue mérito de un solo hombre, sino el resultado de la cooperación de un conjunto, y la gloria de reducir la fortaleza debe ser dividida entre todos ellos.

Tomé parte en el subsiguiente avance por Bélgica en mi condición de intendente general, y tuve la oportunidad de obtener en todas las cuestiones que afectan al abastecimiento de un ejército, conocimiento que hizo subsecuentemente mi futura posición como jefe de Estado Mayor mucho más fácil. En mis jornadas a lo largo del país fui a Andenne, donde contemplé un espantoso e inquietante ejemplo de la devastación que sigue a las operaciones de francotiradores. Hacia el 21 de agosto estuve presente en el cruce del Sambre por la 2º división de Guardias, al oeste de Namur. Los preliminares de la gran colisión estaban siendo efectuados con perfecta calma. Fue maravilloso ver a los magníficos hombres del regimiento Augusta ir a la batalla.

En la mañana del 22 de agosto recibí mi llamada para acudir al frente del Este.













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